Que ANTOLÍN GARCÍA no esté considerado a la altura de los grandes, o que de él hayamos hablado muy poco en este foro al tratar el doblaje clásico (y yo me incluyo el primero) creo que se debe a varias razones, Montalvo. La primera, irrefutable, es que lo que queda de ese doblaje clásico es mayoritariamente barcelonés (la escabechina realizada sobre el doblaje madrileño es de juzgado de guardia). La segunda, que la mayor parte de los grandes actores, de Hollywood sobre todo, los tenemos asociados con sus voces catalanas, ya sea de doblajes originales o redoblajes. Pero hay una tercera, y que tú apuntas: hay algo en la voz de Antolín, en sus trabajos, no sé si por la suavidad de su tono, por su timbre nada enfático (todo lo contrario) o por su falta de exhibicionismo, pero es verdad que es de estos actores que es con el tiempo cuando de pronto nos damos cuenta de que cada vez nos gustan más, de que, de hecho, nunca nos fallan, por mucho que doblen a actores originales que tengamos asociados con otras voces.
De las grandes voces protagonistas de los dorados años 50-60, en Madrid, se nos vienen a la cabeza con más facilidad ÁNGEL MARÍA BALTANÁS (el más excesivo, el más tremendo), SIMÓN RAMÍREZ (el más noble) o FÉLIX ACASO (el más parecido a García por la suavidad de la voz, si bien fue más estelar). Es como si Antolín García hubiera considerado que se hallaba un paso por detrás de éstos, y esta propia convicción hubiera penetrado en sus interpretaciones: son siempre exactas, siempre naturales, pero carentes de cualquier regusto de protagonismo, ese instinto de protagonista que yo al menos siempre percibo en los otros. Es por eso que, justamente, detectamos un toque “british” en su forma de interpretar (y no sólo porque doblara a muchos actores ingleses): el inglés puro no es amigo de llamar la atención; se conforma con seguir su camino, con ser plenamente eficaz en lo que hace y volver a sus lares con el deber cumplido, satisfecho ante sus propios ojos más que ante los demás. En este sentido, recuerdo una frase de Javier Marías en la revista NOSFERATU a propósito del gran George Sanders: lo calificaba, por su perenne expresión de desdén, como “el hombre que parecía no querer nada”. Algo así hay en García: su voz nos transmite suavidad, indolencia, un regusto agradable que bien puede pertenecer a un galán noble y heroico (no empalagoso), pero también a un individuo cínico (pero de un cinismo simpático, nunca sarcástico ni cortante). Alguien que está ahí pero que podría no estar, y que en ese breve intervalo que comparte con nosotros va a darlo todo, pero como si pareciese que lo hace un poco porque no tiene otra cosa que hacer en ese momento, no porque esté cumpliendo un trabajo importante. Por su naturalidad, por el suave gozo que supo transmitirnos, gracias, señor García.
Hay muchos trabajos memorables de Antolín García (¿cuántos no nos han llegado ni nos llegarán jamás?). A todos los que tú citas, yo añadiría varios inolvidables:
– MONTGOMERY CLIFT en LA HEREDERA. Particularmente, me parecen tanto la intepretación de Clift como la de Antolín dos de las más sublimes de la historia del cine, cada uno en su campo. Clift componía un personaje de galán simpático, de cualidades poco notorias pero de gran encanto personal, en quien el padre de su prometida, Olivia de Havilland, temía encontrar a un cínico cazador de dotes. Esa ambigüedad del personaje era el gran atractivo del personaje, ambigüedad que García incluso multiplicaba gracias a las peculiares características, ya descritas, de su estilo interpretativo: elusivo, suave, equívoco…
– DANA ANDREWS en AL BORDE DEL PELIGRO. En este gran thriller de Otto Preminger (menos conocido que otros, más míticos, como LAURA, con el mismo protagonista), Andrews interpretaba otro personaje bastante ambiguo: un policía de métodos excesivamente violentos, que mataba a uno de sus sospechosos por accidente y que se veía obligado a tratar de ocultar todas las pistas que había dejado. Tanto el actor original (otro ejemplo de intérprete modesto y nada mítico pero siempre espléndido) como el doblador se fundían de modo indeleble: ese temblor, casi imperceptible, que tenía la voz de Antolín, aquí se une de modo perfecto al aire que tenía Andrews, esa sobriedad tras la que el espectador intuye un fondo de violencia.
Recuerdo otros muchos papeles: ALBERT FINNEY en DOS EN LA CARRETERA (gran duelo con María del Puy/Audrey Hepburn), VAN JOHNSON en A 23 PASOS DE BAKER STREET (aquí la voz de Antolín se dota de mayor tristeza, en consonancia con la amargura del personaje, un escritor que acaba de perder la vista) o el narrador de ¡QUÉ VERDE ERA MI VALLE! (unas pocas frases en off, sobre todo las que pronuncia al principio y al final del film otorgan una imborrable atmósfera de nostalgia a toda la historia).
Y un lamento: nunca he podido ver el doblaje original de LORD JIM, que es una de mis historias favoritas, tanto en libro como en película. El redoblaje ya nos mostraba a un Rogelio demasiado mayor para la juventud exultante del O’TOOLE de esta época. En cambio, a Antolín le pilló en la cumbre de su carrera: si ya era memorable ese tono entre nihilista y alucinado que le daba al personaje de Lawrence de Arabia, en este caso, con otro personaje igualmente autodestructivo, sospecho que el resultado tuvo que ser genial…
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